Me llamo David Rojo Cano. Nací el 23 de noviembre de 1986 en Alcidia, Cádiz. Tengo, por tanto 19 años.
Y no cumpliré más.
Hace seis semanas, morí.
Suena raro, ¿verdad? “Morí”. A veces me pregunto si estará bien dicho así…
Pero vayamos por partes. Confieso que puede parecer raro el que un muerto, que ni tan siquiera puede posar sus dedos en un teclado, aún menos sostener un bolígrafo, os cuente esta historia. Pero para eso debo agradecer la ayuda desinteresada, y poco voluntaria, de alguien cuya identidad permanecerá, al menos de momento, discretamente omitida.
Como ya dije, hace seis semanas, el 14 de mayo del año 2005, mi vida acabó. Era un sábado más. Nada especial. Hasta que, mientras volvía con mis amigos de una noche por Cádiz, supuestamente de divertirnos, un coche nos adelantó en la autovía. Estaba claro que el conductor iba borracho, o colocado, porque, al incorporarse al carril, dio un frenazo, hizo un trompo, y nos dio de lleno. Los dos amigos que me acompañaban salieron del hospital a los pocos días. Yo no llegué a entrar.
Tengo vagos recuerdos de ese momento. Me arrastraba entre los enfermeros, médicos y policías pidiendo ayuda, pero no me hacían caso alguno. Entonces me vi a mí mismo tirado en el asfalto, la mirada perdida, la cara ensangrentada, inerte.
Aún así no pude admitir que estaba muerto.
También pude ver al responsable de mi muerte. Estaba siendo atendido por tantos sanitarios como los que intentaron, en vano, devolverme a la vida.
El muy hijo de puta era el que mejor había quedado de los cuatro.
Quise gritar. Pero ni un sonido salió de mi garganta más allá de un gemido agónico.
¿Qué iba a pasar ahora? Todo había terminado. ¿Pero qué fue del túnel, de la película de la vida, la luz, el cielo o el infierno?
No hubo nada de eso. Sólo yo, ante mi cadáver, escuchando los llantos de mis amigos, diciendo que aquello no era posible, que no era más que una pesadilla.
Deseaba que tuvieran razón. Pero, en el fondo de toda esa esperanza, sabía que no iba a serlo.
Cuando quise darme cuenta, todo aquel alboroto había cesado. La carretera estaba cortada, y allí sólo quedaban unos miembros de la policía. La prensa no llegaría hasta la mañana siguiente, dispuestos a contar una nueva tragedia en las carreteras del sábado noche.
Y tenía frío.
De repente, tuve frío. Pero no un frío que te rodea y que hace que desees abrigo más que otra cosa. Ojalá fuera eso.
Ese frío nacía de mi interior. Y supe que nada, a lo largo de la eternidad, mitigaría ese frío.
Los días siguientes fueron como un sueño. Ya sabes, uno de esos de los que despiertas y sólo guardas algún recuerdo, poco claro, que sólo aparece cuando menos te lo esperas.
Lo único que tengo claro en mi memoria fue mi funeral.
Fue bonito. Para qué negarlo…
En la iglesia de mi barrio, con todos mis amigos y mis familiares. Una gran foto mía de la pasada nochevieja, vestido con mi traje negro, con la sonrisa del que no sabe que en medio año sólo quedará de él el recuerdo.
Y la música. Nunca pensé que respetarían mi deseo, y pondrían Watching Over me de Iced Earth al principio, y Brothers in Arms, de Dire Straits, al final.
Hasta yo me conmoví.
Y, sentada en la segunda fila, llorando sin consuelo, Ana.
Ana nunca gustó a mi familia, y yo nunca comprendería por qué. Tal vez porque yo nunca gusté en la suya.
“Puedes aspirar a algo más”, le decía su familia.
“Apuntas demasiado alto”, me decía la mía.
Nunca les entendimos. O nunca nos importó entenderles.
Pero no les escuchábamos.Qué más daba, después de todo. Lo único que importaba era que éramos felices. Bueno, a veces…
Pero, al verla llorar en mi funeral, supe que yo nunca más lo sería.
Tal vez eso sea peor que morir: saber que en toda la eternidad no volverás a tener razones para sonreír.
No. Sin duda. Es peor.
Ver las lágrimas de Ana… eso no podía ser superado. Normalmente, cuando lloraba, la rodeaba entre mis brazos. Y, si no conseguía consolarla, acabábamos llorando juntos. Aunque, por lo general, bastaba el abrazo y unos besos para devolverle una sonrisa.
Pero ahora no habría forma de hacerla sonreír.
Ahí la veía, tan bella, vestida de negro, tan negro como su cabello ondulado, sus ojos castaños, adornados con tristes ojeras y rodeados del rojo producto de tanto llanto. Sus labios temblando mientras las notas de la primera canción comenzaban a sonar. La mirada perdida, ladeando la cabeza, sin admitir que yo ya no estaría a su lado para consolarla.
Pero ahí estaba yo. Sufriendo su pena más que mi muerte.
Y sin poder hacer nada…
También mis padres, mis hermanas y mi cuñado estaban allí, hechos una piña. Consolándose mutuamente. Incluso culpándose sin motivo de mi desgracia.
Y yo no podía decirles que no tenía sentido. Que no había sido su culpa. Ni mía. Y Ricardo, uno de mis mejores amigos, el que conducía esa noche y no fue capaz de esquivar esa muerte de metal rodante que acabó conmigo, con su pierna rota escayolada, que se negaba a que nadie firmara, y Manolo, que estuvo a punto de perder su ojo izquierdo junto con los dos dedos que ahora le faltaban en esa mano, y que iba de copiloto.
A ellos los vi más afectados incluso que a los demás. Pero verlos vivos fue, quizá, lo único que me hizo soportable estar allí.
Yo iba sentado atrás. Sin cinturón. No había cinturón atrás. Cuando la puerta se abrió con el impacto, yo salí disparado, caí contra el asfalto, y rodé hasta morir. Eso lo recordé en ese momento.
Me acerqué a Ana. No soportaba verla así. Pero, si ella sólo podía sentir dolor, al menos, yo lo sentiría junto a ella. Así que me senté a su lado, en un asiento libre.
Y lloré.
Lloré tanto como ella, pues no podía decirle que no pasaba nada, que todo se arreglaría, que mañana será otro día. Y no sólo porque no pudiera oírme, sino porque yo no lo creía.
No es fácil aceptar que las peores pesadillas son la nueva verdad.
Aún menos saber que lo serán siempre.
EDIT: Sigue aquí.
RE-EDIT: ¡Ya está abierta la campaña de crowdfunding!
RE-RE-EDIT: ¡El beso del fantasma ya está a la venta!
¡¡Hey, hola!! ¡Cuánto tiempo, ¿eh?!
Sin duda os estaréis preguntando a qué viene esto aquí ahora. Bueno, pues nada, que estaba en casa haciendo mis cosas de escribir novelas y hacer cómics y me dije «¿Por qué puñetas no le hago caso ya a la gente y publico El beso del fantasma por mi cuenta de una puñetera vez?
Así que nada, aquí me tenéis, colgando fragmentos para tratar de engancharos a esta novela fantástica de terror y romance, donde acompañaréis a David a lo largo de sus días como fantasma tratando de encontrar qué hay después de todo esto… a pesar de saber que, sea lo que sea, no le va a gustar.