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Movimientos improvisados (1)

septiembre 6, 2009

Ale releía la nota.

«Calle de la Amargura, 13, 3ºB»

Él no era supersticioso, por suerte o por desgracia, por lo que ahí estaba.

Subió los tres oscuros tramos de escalera a pie, sin cruzarse con más vecino que un gato que le dio la bienvenida con una pétrea y antipática sonrisa en el primer rellano, mientras Ale paraba para cambiar la maleta de mano, para alivio de su hombro derecho.

– Acostúmbrate, bicho – le dijo al gato -. Y deja de mirarme así.

El gato no dio muestras de haber entendido lo que fuera que le dijera ese humano. Y, en cualquier caso, tampoco le importó mucho.

Finalmente, llegó a la tercera planta. La puerta oscura bajo la inclinada B retumbaba al son de la música y voces que gritaban entre ellas.

Nervioso, tragó saliva y acercó el dedo al timbre.

Respiró hondo, cerrando los ojos, y dibujando una leve sonrisa en sus labios, consciente de que estaba a punto de empezar una nueva vida.

Acercó el dedo al timbre y apretó.

>ZAK<

– ¡Coño!

El calambre recorrió el brazo de Ale hasta su dolorido hombro. La puerta de enfrente se abrió lo justo para que Ale, al volverse, sólo viera sombras, antes de que esta se cerrara.

Chafado por la experiencia, Ale bajó la cabeza, y golpeó con los nudillos en la madera.

– ¿Están llamando a la puerta? – preguntó Salva al aire, con el teléfono en la mano -. ¿Puede alguien ir a abrir? Será Ale.

– ¿No puedes tú? – preguntó Tatiana saliendo de una de las habitaciones, cojeando a causa de su dispar calzado (una bota de plataformas y una zapatilla).

– Estoy al teléfono.

– No estás hablando – protestaba Tatiana, cojeando hasta la puerta.

– Es que no me lo cogen…

Tatiana se asomó a la mirilla, y vio una enorme nariz en una alargada cara que se extendía unos 50 centímetros hacia el fondo del distorsionado descansillo que le mostraba el cristal.

– Supongo que será él.

Cuando la puerta se abrió, Tatiana se encontró con un muchacho de su misma edad, pero algo más alto, de pelo castaño, corto y revuelto, barba de una semana (o tal vez de un mes, depende de lo rápido que le creciera), camiseta que se suponía graciosa y unos vaqueros que han conocido mejores días y, sin duda, bastantes charcos y céspedes. Por no hablar de las deportivas. A la espalda llevaba una mochila y, a sus pies, una maleta.

La chica que había mirado detenidamente a Ale de arriba a abajo era más baja que él. Su pelo era negro negrísimo, aparentemente cortado por alguien que tuvo una noche muy larga. También era negra la camiseta, con un cuello en el que habría cabido su cintura. El maquillaje alrededor de los ojos (celestes) también era negro, así como los ceñidos vaqueros, y la única bota que llevaba. En el otro pie, una pantufla a cuadros verdes y rojos.

– ¿A que tú eres Ale? – le preguntó la chica, brusca.

– Sí…

– Yo soy Tatiana. Entra – dijo la chica de negro dejándole paso.

– ¿Y Salva? ¿Está en casa?

– Sí, ya estamos todos. Sólo faltabas tú – contestó Tatiana antes de perderse por una de las puertas.

– Tú eres Ale, ¿verdad? – preguntó el que suponía que era Salva desde el salón, enganchado al teléfono -. ¿Te gusta la comida china?

– Emm… sí…

– ¿Algo en especial?

– Casi todo…

– Muy bien, pues, en cuanto esta gente me coja el teléfono… ¡Sí! ¡Hombre, por fin! … Sí, claro que quiero pedir comida, si no, no llevaría media hora… sí, vale… dos de tallarines con ternera, una de tallarines con gambas, una de arroz tres delicias, siete rollitos, dos de ensalada, dos de pollo al limón, dos de cerdo agridulce y dos de pollo con almendras. ¿A cuánto asciende la broma? … ¡Joder! No me extraña que China vaya a ser la primera potencia económica… Venga sí, pero rapidito, que hay hambre… A tí, mujer.

Mientras hablaba por teléfono, Ale se fijaba en Salva. Iba vestido con vaqueros y camisa, y una corbata aflojada al cuello y un boli en la boca. Iba descalzo y tenía el largo pelo revuelto. Iba sin afeitar y llevaba gafas de sol.

Cuando colgó, se quedó mirando inexpresivo a Ale.

– Dime.

– Mucha comida, ¿no?

– Nah, con suerte, nos durará un par de días.

– Ya. ¿Dónde dejo mis cosas?

– Déjalas en el cuarto grande. Todavía no hemos repartido las habitaciones.

– Ok, perfecto… ¿Por qué llevas gafas de sol?

– ¿Qué? ¡Ah, coño! ¡Ya decía yo que no veía nada! – exclamó al tiempo que se las quitaba y se las metía en el bolsillo de la camisa y extendía la mano a Ale.

– Bueno, pues yo soy Salva. Ya hablamos por teléfono el otro día y todo eso.

Ale respondió al saludo.

– ¿Qué tal el viaje? ¿Bien?

– Sí, bueno. Sin complicaciones.

– Pues eres el que faltaba. Ya conoces a Tatiana, y Romero llegó detrás mía y se está dando una ducha.

– Muy bien. Voy a dejar esto…

– Claro, claro. Toca no sea que esté Tatiana. Por cierto, ¿has hablado con la dueña?

– Hace… un par de días. ¿Por qué?

– Nada. Cosas que tienes que saber. El agua caliente tiene sus momentos más o menos hijoputas. Abajo viven unos viejecitos, así que mejor no armar mucho escándalo. En el patio no se tiran basuras. El timbre… bueno, ya conoces al timbre.

– Sí. Vaya recibimiento.

– ¡Pues ya verás el chino, se va a poner contento!

Entonces, por el pasillo, vestido con unas bermudas y una camiseta blanca y húmera, un grandullón de casi dos metros y oscura pelambrera chorreante golpeaba las chanclas contra el suelo en dirección a Ale y Salva.

– ¡Hola! – saludó extendiendo su enorme mano hacia Ale -. Ale, ¿verdad? Yo soy Juanjo, pero llámame Romero.

– Hola – respondió Ale al apretón de manos (aunque no podría ni parodiar la fuerza de su compañero de piso).

– La ducha es toda tuya, si quieres.

– ¿Ya habéis acabado todos?

– ¡Yo, yo, yo! – exclamaba Tatiana saliendo de la habitación hacia el baño.

– Se te han adelantado, parece – observó Salva -. Bueno. Cuartos. ¿Alguna preferencia?

– ¿No deberíamos esperar a Tatiana? – objetó Romero.

– Ella dice que le da igual – aseguró Salva.

– Pues a mí también – dijo Romero.

– Yo necesito luz – respondió Ale.

– ¿Sí? ¿Y eso?

– Chssst – mandó a callar Salva -. No podemos dar ningún dato personal de nosotros hasta estar todos reunidos. Así que, hasta la cena, nada de intimar.

– ¿Y eso? – preguntó Ale.

– No sé. Pero me mola.


¡Pues acabó la espera! (Para el que estuviera esperando) ¡Aquí (y así) empieza Movimientos improvisados. ¿Y qué es, para los que no lo hayan pillado? Pues MI es una… ¿cómo se llama a estas cosas? ¿»Webnovelas»? Pues eso. Mi primera webnovela.

¿De qué va? La verdad, es que no tengo ni idea. Salvo lo que tengo escrito en buffer, no tengo ABSOLUTAMENTE NADA ni pensado siquiera. No sé de qué va a ir, cuánto va a durar, si van a salir zombies… Nada. Ea.

Pues bueno, a ver qué sale. Sólo espero que os guste, que lo disfrutéis, blablablá…

Y nada… ¿La siguiente entrada? Ya veremos… 😛

15 comentarios

  1. Mola. Cuidado con los zombies que luego las cosas se descontrolan…


  2. Publica, publica, publica, maldito.


  3. joder! ya estoy enganchada! sigueeeeeee! que llegue ya el chino que quiero saber datos personales!


  4. mmm… herm… mmm

    Bueno, empieza bien… Esperemos a ver cómo se desarrolla… Pero de antemano advierto que no saber si van a salir zombies ya es un punto negativo…


  5. un tiparraco de 2 metros con melena, que genial! ahora solo faltan los zombis!
    por cierto, edita, que has pisado un «charcho»


  6. Sí, la verdad es que dan ganas de que llegue ya el chino xD


  7. Shiquillo… sólo te diré una cosa:

    MOLA.

    😉

    A ver qué va pasando, que tengo ganas de conocer a la peña esta…


  8. quiero más ¬¬


  9. Pregunta nimia que suelo hacer siempre en toda clase de formato regular: ¿Con qué regularidad actualizarás?


  10. Comienza bien. Dejas con ganas de conocer a los personajes. Sigo leyendo ;P


  11. Très bien! Menos mal que acabo de cenar hace un rato, me chifla la comida asiática…
    Ya de paso vi tus fotos de Flickr, y tengo que decir que me cago en la madre (muy respetable) que te compró, ya me gustaría a mí tener la cámara que tienes. Pero el presupuesto que tengo a día de hoy no me da para una decente.
    Un saludo 😉


    • Gracias por pasarte, MJ…
      En cuanto a mi cámara (o las 6 con las que he sacao las fotos del Flickr), en su mayoría tampoco son nada del otro mundo… Y, respecto a mi madre, jura y perjura que por cinco duros me compró a una gitana, presumiblemente rumana. Así que, si se anima a crear prole, ya sabe a quién buscar.


      • Lo tendré en cuenta…:P



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